sábado, 4 de abril de 2009

JUAN BAUTISTA AMORES, Cuba en la época de Ezpeleta (1785-1790), Eunsa, Pamplona, 2000, 571 págs.



Alexander von Humboldt, el naturalista y geógrafo alemán, en compañía del botánico francés Aimé Bompland, exploró los territorios españoles de Ultramar durante cinco años (1799-1804), recorriendo las bocas del Orinoco y el Chimborazo, y los mares e islas del golfo de México. Humbolt escribió que La Habana se había convertido en la ciudad más europea y cosmopolita del imperio español. Esto se debió, curiosamente, a la invasión inglesa de la capital cubana en 1762. Carlos III y sus ministros entendieron que aquella ocupación inglesa demostraba la necesidad de poner en práctica un ambicioso plan de reformas en todo el Imperio. También en Cuba. Los cambios debían asegurar la defensa militar de la isla y su recuperación económica. El reformismo borbónico llegó a Ultramar, y transformó profundamente la administración imperial. Pero toda reforma necesita financiación, por lo que se puso en marcha el sistema del libre comercio para hacer más rentable el régimen fiscal. Los cambios que experimentó Cuba en el último cuarto del siglo XVIII la beneficiaron, poniendo las bases de su desarrollo posterior.


Juan B. Amores, profesor adjunto del Departamento de Historia en la Universidad de Navarra y profesor asociado de Historia de América en la Universidad del País Vasco, estudia en esta obra la época del reformismo borbónico en Cuba: la situación económica, social y administrativa de la isla desde la recuperación de La Habana, en 1763, hasta el inicio de la guerra contra Francia, treinta años después. Amores pone especial atención a la llamada por él “época de Ezpeleta”, entre la derrota de Inglaterra en la Guerra de los Siete Años, en 1783, y la revolución del azúcar, en 1790. José de Ezpeleta fue gobernador y capitán general de Cuba desde finales de 1785 hasta los últimos días del mes de abril de 1789. La importancia que da Amores a Ezpeleta se debe a que éste militar español, nacido en Barcelona pero de raíz navarra, cumplió con suma eficacia el proyecto reformista borbónico.

Amores divide su texto en dos partes, según él mismo confiesa, siguiendo la división ya clásica en la reciente historiografía americanista española. La primera parte la dedica a describir las condiciones económicas, sociales, culturales y religiosas del contexto, que en esta obra es Cuba a finales del siglo XVIII. Y la segunda parte está consagrada a relatar el impacto del objeto de estudio en tal realidad; es decir, el gobierno de Ezpeleta en Cuba. Quizá sea dicha división “clásica” un beneficio para una tesis doctoral, que es el origen de esta obra, pero no tanto para un libro que debe abrirse a la sociedad. Así, la buena labor investigadora de Amores se ve empañada por cierta rigidez descriptiva y su ánimo de parcelar todas las áreas y matices.

Esto no impide que el análisis de Amores dé a conocer al lector cuál era la situación de Cuba a finales del siglo XVIII, desde el número de licenciados hasta el salario medio de los albañiles. En esta primera parte descriptiva de la situación de Cuba a finales del siglo XVIII, Amores relata cómo estaba la isla en los años que cubrieron los gobiernos del marqués de la Torre, Ezpeleta y Luis de las Casas. Las reformas borbónicas organizaron la administración, centralizaron el poder para aumentar su eficacia y promovieron la iniciativa de la sociedad civil. Así, el autor describe la estructura social, la economía, la Iglesia y la cultura. De particular interés es el apartado dedicado a la sociabilidad de los habitantes de Cuba, en el que, como si Amores fuera un escritor costumbrista, describe los usos y costumbres, las fiestas y los juegos. Y muy gracioso resulta el bando que Ezpeleta dio a los actores del Teatro Coliseo de La Habana, indicando que éstos debían estudiar sus papeles para “que no estén pendientes del apuntador, ni sea tan necesario que éste lea tan alto que se le oiga” (p. 111).

El establecimiento de la libertad de comercio proporcionó las bases económicas para el gran desarrollo de Cuba a principios del XIX. Ezpeleta pactó con la sacarocracia. Los impuestos subieron, pero a cambio se establecieron privilegios para los productores de azúcar y, sobre todo, se permitió la libertad de comercio. El único punto negro de este crecimiento fue que la apertura de mercados trajo consigo el aumento del número de esclavos para dar satisfacción a la demanda de producción, lo que consolidó la esclavitud un siglo más.


Es el tema de la esclavitud en tiempos de Ezpeleta uno de los más amenos e intensos del libro. Amores sostiene que el trato al esclavo era más humano en las colonias españolas que en las de otros países europeos, pues, habiendo igualmente malos tratos, su esperanza de vida era la misma que la del hombre libre. La ocupación inglesa de La Habana dejó como recuerdo los Barracones en el barrio de Regla, en el lado opuesto de la bahía. Era el lugar donde se concentraban a los negros una vez desembarcados. Allí los dejaban los negreros ingleses, que eran especialmente brutales con los hombres capturados en África, los bozales. La actuación de Ezpeleta en este asunto se limitó a obligar a los negreros a que desembarcasen a los esclavos fuera de la ciudad, a no permitir que los enfermos entraran en los Barracones, ni que los sanos se presentaran desnudos, por “el decoro y honestidad debidos al público” (p. 162). No obstante, Ezpeleta favoreció la libertad de los esclavos a través de la reglamentación de la coartación, un sistema por el que aquéllos compraban su liberación con su trabajo pactando con el amo el precio.

La tesis del libro se encuentra en la segunda parte, en la que Amores aborda el gobierno de Ezpeleta. La situación estratégica de Cuba, y especialmente de La Habana, sería de gran importancia para el cumplimiento del reformismo borbónico, tanto en lo que se refiere a su defensa militar como a su desarrollo económico. Ezpeleta cumplió en ambas parcelas, según Amores, con discreción y eficacia.


El reformismo borbónico se mostró en la renovación del personal de los gobiernos locales, y en los bandos para ordenar los ayuntamientos, la administración de justicia y la policía local. Amores muestra la preocupación de Ezpeleta por procurar un buen gobierno, para lo cual intentó, siguiendo los parámetros del despotismo ilustrado, concentrar la mayor cantidad de poder posible. La Real Hacienda y la justicia estaban fuera de su dominio, pero consiguió poderes especiales, de manera que quedó como virrey sin título de tal. El interés de Ezpeleta por La Habana y su gente le llevaron a presentar al Ayuntamiento de la ciudad un programa de reformas para mejorar la higiene de las calles, su ordenación y dotaciones, junto con la terminación de la construcción del Palacio de gobierno, hoy Palacio de los Capitanes Generales.
Juan Bautista Amores se vuelca en la reconstrucción de la política militar de Ezpeleta, que comprendió que La Habana era un punto primordial para la defensa de México, la Luisiana y las dos Floridas, amenazadas por el expansionismo estadounidense. El imperio español era muy grande, con poderosos competidores y con una carencia importante de medios, como Amores pone eficazmente de relieve. El nuevo capitán general de Cuba denunció la insuficiencia de las fortificaciones y efectivos para hacer frente a la misión defensiva que tenía la ciudad. Para paliarlo, Ezpeleta emprendió la tarea de terminar la fortificación, formar nu

evos cuerpos militares y mantener las guarniciones en América del Norte. Amores describe la política de defensa con mucha precisión, quizá lo más logrado de la segunda parte de la obra. Sólo con esta política podía haber sido posible sacar las cualidades profesionales de Ezpeleta: disciplinado y hábil para adaptarse a las circunstancias.


Es de gran interés la “criollización” de la oficialidad, aunque el autor no saca las consecuencias evidentes que para la independencia de la América española tuvo este fenómeno continental. Igualmente, es muy recomendable la descripción de la presencia militar española, casi de muestrario, en Luisiana y Florida, la negociación con las naciones indias y el mal cálculo del ministro español Floridablanca cuando, en las relaciones con los Estados Unidos, creía que la “inquietud y [el] amor de sus habitantes a la independencia nos son favorables y serán causa de su debilidad” (p. 476).


Amores describe bien a un hombre ilustrado, Ezpeleta, que combina sus deseos de mejorar la calidad de vida de la sociedad a través de la actuación institucional, con las características de un militar del Antiguo Régimen de talante autoritario y mentalidad aristocrática. Ezpeleta no encontró en Cuba la resistencia a las reformas borbónicas que hubo en el continente, lo que convirtió a la isla, como asegura Amores, “en una verdadera colonia”, tal y como el despotismo ilustrado de los Borbones quería para toda la América española.


Jorge Vilches, Revista Hispano Cubana, núm. 12, 2002, págs. 190-193.

Juan B. Amores, Cuba en la época de Ezpeleta (1785-1790), Eunsa, Pamplona, 2000, 571 págs.

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