He de confesar que fui
de esos estudiantes universitarios que acudía a los congresos académicos con
ilusión, henchido de la peregrina e ingenua idea de que se trataban de
convenciones científicas en las que los investigadores exponían sus trabajos y
descubrimientos para un debate sesudo, en aras del progreso de la ciencia.
Bien. Pues en abril de 2003 acudí a un congreso sobre Nicolás Salmerón
celebrado en la Universidad de Almería. Presenté un trabajo de investigación
completamente novedoso, perfectamente documentado y convenientemente expuesto. Claro
que aquel congreso se hacía a mayor gloria de Salmerón y del republicanismo
krausista.
Las intervenciones
laudatorias se sucedían, algunas meritorias –tengo buen recuerdo de un par de
ellas-, mientras la concurrencia respiraba alabanzas al homenajeado y suspiraba
por lo que España podía haber sido y uno fue. Entonces sucedió. La relatora de
las comunicaciones, profesora de la Universidad de Sevilla, con evidente
desagrado y formas histriónicas, enarcando cejas y dedicando aspavientos,
comenzó a “resumir” el trabajo presentado por un tal Jorge Vilches, de
Madrid. Y es que yo había osado decir
que Nicolás Salmerón falseó el acta del Diario
de Sesiones en la madrugada del 3 de enero de 1874, siendo él presidente de
las Cortes. La relatora, especializada en la izquierda sevillana del primer
tercio del siglo XX, atizó contra mí, no un comentario científico como era su
obligación, sino un catálogo de gestos propios de a quien le susurran una
blasfemia en pleno acto litúrgico. ¿Cómo me atrevía a poner en duda la santidad
de Don Nicolás? Yo presentaba las pruebas documentales, los testimonios y las
razones del falseamiento, pero daba igual, Salmerón era inmaculado en
pensamiento, obra y omisión, y no cabía discusión alguna. Pues yo creo que sí. Esta
es la historia de cómo y por qué Salmerón falseó aquellos papeles.
La versión del
golpe del 3 de enero dada por el Diario
de Sesiones es un documento oficial redactado por la Mesa de la Cámara
siguiendo las notas de los taquígrafos y firmado por el Presidente de las
Cortes, Salmerón. El relato que pergeñaron está lleno de bravatas de los
republicanos, algo posible, pero la sucesión y cantidad de tiempo no encajan,
las frases de los líderes tampoco, y ni siquiera los actores que intervinieron.
Según el Diario de Sesiones elaborado por
Salmerón las fuerzas armadas intervinieron una vez, cuando en realidad fueron
dos: la de los Cazadores de Mérida, soldados de reemplazo -que retrocedieron-,
y la de la Guardia Civil del coronel Iglesias.
Por otro lado, las
recriminaciones de Castelar recogidas por testigos del acontecimiento fueron
sustituidas en el Diario elaborado
por Salmerón por llamamientos a la unidad republicana. Esto contradice la
actitud de D. Emilio, que se fue a su casa inmediatamente después del golpe, y que
echó sin misericordia al propio Salmerón que fue a solicitar su apoyo.
Curiosamente, ese acta falseada fue elaborada después de esta visita frustrada,
y pone en boca de Castelar frases, supuestamente proferidas en las Cortes, que huelen
a venganza, como ésta: “Lo que está pasando me inhabilita a mí perpetuamente,
no sólo para ser poder, si no para ser hombre político”. Es raro que una frase
tan contundente e importante no la recogiera nadie, ni la prensa ni testimonio
alguno.
Los diputados
republicanos, según el Diario de Sesiones
firmado por Salmerón, permanecieron todos quietos en las Cortes. No se anota ni
una salida del Salón, cuando es de sobra conocido que la mayor parte de los
parlamentarios huyeron tras conocer el ultimátum de Pavía.
Es más, el relato
del Diario de Sesiones está ampliado,
teatralizado. El general Pavía declaró en las Cortes el 17 de marzo de 1876 que
“es inverosímil que ocurriera todo lo que está consignado en una de las Actas,
desde el instante que entraron mis ayudantes hasta que se levantó la sesión”.
Es decir; en los cinco minutos tasados por Pavía no pudo ocurrir todo lo que
cuenta el Diario. Por cierto,
Salmerón no respondió nunca a esta acusación.
El acta de la
sesión se publicó primero en la Gaceta de
Madrid (lo que hoy es el BOE), los
días 3 y 4 de enero, aunque sin la última media hora de la sesión, que es
cuando tiene lugar el golpe y la reacción de los republicanos. La versión
definitiva del acta se entregó después para su publicación en el Diario de Sesiones, conteniendo la
narración tergiversada.
La sospecha de
manipulación del Diario de Sesiones
se despeja al consultar la obra del historiador Antonio Pirala, el cual
transcribe la primera versión del acta de aquella sesión. Pirala, que fue
progresista, sentencia: “Fue inutilizada la tirada y redactada de otra manera,
que es la que consta en el archivo (del Congreso de los Diputados), pero
ejemplares impresos con esta redacción, fueron entregados a varias personas,
entre ellas al cuerpo diplomático”.
¿Quién reelaboró el
acta para el Diario de Sesiones?
Salmerón y la mesa de las Cortes, que era salmeroniana en su mayor parte. ¿Por
qué? Evidentemente para dar una imagen heroica de Salmerón y de los suyos, así
como una negativa de Castelar en medio de la épica republicana. Fue un simple
ajuste de cuentas personal que necesitó de una clara falsificación documental,
y que cambió para la historia el papel de los republicanos, otorgándoles un
heroísmo y cohesión que no tuvieron (y que tampoco hay que reprochar).
A Salmerón le valió
de bien poco en vida esa falsificación. Republicanos como Blasco Ibáñez, Vera y
González, Miguel Morayta, González Serrano, Ernesto Bark, Sánchez Pérez o
Álvaro de Albornoz, no dudaron en sus obras en cargar sobre Salmerón la
responsabilidad del golpe del 3 de enero de 1874, acusándole de preferir a los
cantonales antes que a Castelar sabiendo que había una amenaza golpista. Luego,
en el último cuarto del siglo XX, esto ha desaparecido de las biografías de
Salmerón.
Demostrada
la falsificación sólo me queda relatar cómo terminó aquel congreso dedicado a
Nicolás Salmerón y a la Unión Republicana de 1903. Hubo una peregrinación a
Alhama la Seca, hoy Alhama de Almería, lugar donde residía con comodidad
burguesa la familia Salmerón. Y ante su tumba, con las autoridades políticas y
universitarias presentes, una orquesta encabezada por la bandera republicana
interpretó el Himno de Riego y La Marsellesa.
Creo que después se degustó un vino español. Es probable. No lo sé. Yo huí.
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